Leyenda

El manto de San José

San José debía ir a las montañas de Hebrón, donde tenía ajustada una partida de madera, y lo había ido dilatando uno y otro día hasta ver s¡podía reunir todo el dinero; pero en vano.

Las cosas de los pobres; se hacen sus cuentas y cas¡nunca les salen como lo pensaron; José no tenía reunido más que la mitad del dinero, y el caso es que no podía esperar más tiempo; era necesario servir a los parroquianos y por tanto partir por la madera.

—S¡te parece bien —Mijo María—, lo pediré a los parientes.

—Yo iré —contestó José.

—No, esposo mío —suplicó María—; has de hacer un largo viaje y no te debes cansar — y cubriendo su cabeza según la costumbre de las mujeres orientales, salió de casa. Al regresar, dijo:

—No hay dinero.

Lo he pedido en varias casas, y todas se han excusado; indudablemente es que no tienen, porque s¡hubieran tenido ¿cómo se habrían de negar a darlo? Pero he pensado una cosa, —continuó María, procurando ocultar tras una dulce sonrisa el sentimiento que su corazón sentía—; he pensado que te dejes el manto en prenda y con eso el dueño de la madera se dará por satisfecho.

—No has pensado mal —dijo San José, bajando sus ojos, porque su esposa no los viera arrasados en lágrimas.

—Adiós, esposo mío —dijo María al despedirle—. El Dios de Abraham te acompañe y su ángel te dirija.

—Adiós esposa mía; procuraré volver pronto.

Y marchó el santo con la mitad del dinero y el manto nuevo que María le regaló en el día de su boda.

* * *

—Dios te guarde, Ismael, —dijo el Santo cortésmente al llegar a la presencia del dueño de los troncos contratados.

—¿Vienes ya por la madera? —fue la contestación al saludo de José—; bien podías haber venido antes; en poco ha estado que te quedes sin ninguna.

Ismael tenía mal genio, era un avaro sin entrañas, en su casa no había visto nunca la paz, su pasión era el dinero y todo esto lo conocía José desde que le estaba tratando, por lo cual podemos presumir la poca confianza y el miedo que había de tener de declarar el estado de su bolsillo. Escogió los maderos, apartándolos a un lado, y cuando ya iba a partir para Nazaret, llegado el momento supremo, llamó aparte a Ismael, y le habló de esta manera:

—¡Dispénsame que no traigo más que la mitad del dinero; tú sabes que siempre te he pagado al contado. Espérame y ten paciencia y te pagaré hasta el último cuadrante; quédate con esta capa en rehenes.

Ismael quiso que se llevara la mitad de los troncos, protestó y volvió a protestar, de tal manera, que estuvo en poco que no se desbaratara el contrato, pero al cabo cedió aunque no de muy buen grado, quedándose con el manto de boda de San José.

El avaro Ismael tenía enfermos los ojos hacía tiempo con úlceras, y a pesar de los médicos y medicinas no había logrado la salud apetecida; cas¡había perdido la esperanza de sanar; por lo cual se llenó de sorpresa a la mañana siguiente cuando se encontró que sus ojos estaban sanos como s¡nunca hubiese padecido.

—¿Qué es esto? —se decía—. Ayer enfermos con úlceras incurables, según opinión de los médicos, y hoy sanos sin medicina alguna.

No dio Ismael con la causa, y al llegar a su casa contó a su esposa el prodigio. Eva, que así se llamaba ésta, era un verdadero basilisco, tenía un genio de fiera, y desde que se había casado con Ismael jamás había tenido paz, n¡dicha, n¡tranquilidad, n¡gusto en el matrimonio, pero aquella noche estaba hecha una cordera. ¡Qué dulzura en sus palabras! ¡Qué mansedumbre! ¡Qué alegría en su rostro antes sombrío y arrugado por la ira: "¿Qué es esto? ¿Qué variación es esta? ¿Quién habrá traído este cambio?" se preguntaba a sí mismo el esposo.

—Toma este manto y guárdalo por ahí—le dijo a Eva—. Es de José, el carpintero de Nazaret, y ha de venir a llevárselo; este manto debe ser el que ha traído la paz y la tranquilidad de esta casa —dijo el esposo—. Desde que lo puse sobre mis hombros para traerlo, siento en mí tal mudanza, tales afectos y tales deseos, que no puede ser otra la causa.

Oyeron ruido en el establo y, cortando la conversación, se tiró del lecho Ismael y acudió a ver lo que era.

Una vaca, la mejor, la más gruesa, se retorcía en el suelo presa de un dolor horrible. ¡Pobre animal!

A pesar de los remedios que ambos esposos le prodigaron no se mejoraba; al contrario, parecía que iba a expirar.

Se acordó Ismael de la capa de José, y comunicó a Eva su pensamiento; nada perdían. Pero s¡la vaca sanaba, ella era la causa de su dicha y del bienestar que disfrutaban.

Ponerle al animal la capa y levantarse del suelo, donde se retorcía por la fuerza del dolor, todo fue obra de un instante. La vaca se puso a comer como s¡nada hubiese pasado.

—¿Lo ves? —dijo Ismael—, este manto es un tesoro. Desde que él está en nuestra compañía, somos felices. Conservemos esta prenda de los cielos; no nos desprendamos de ella n¡aunque nos dieran todo el oro del mundo.

—¿N¡al mismo dueño se la devolveremos?—dijo Eva.

—N¡al mismo dueño —contestó resueltamente.

—Entonces —dijo Eva— le compraremos otra mejor que ésta, en el mercado de Jerusalén, y s¡te parece bien iremos los dos a llevársela.

—S¡—contestó el marido—. Yo le perdono la deuda, y además, estoy dispuesto a darle de aquí en adelante toda la madera que necesite.

—¿No has dicho que tiene un hijo llamado Jesús? —preguntó Eva—. Le llevaré de regalo un par de corderos blancos y un par de palomas como la nieve, y a María aceite y miel. ¿Te parece bien, esposo mío?

—Todo me parece bien —contestó—. Mañana iremos a Jerusalén y desde allí a Nazaret.

Cuando estaban los camellos preparados para el viaje, llegó jadeante el hermano menor de Ismael, diciendo que la casa de su padre estaba ardiendo y había que llevar la capa del Carpintero, con el fin de apagar el incendio.

No había tiempo que perder. Los dos hermanos corrieron precipitadamente a la casa del padre, y al llegar, cortan un pedazo del milagroso manto y lo arrojan al fuego no hubo necesidad de derramar una sola gota de agua; aquello fue bastante para atajar el incendio y apagarlo. Las gentes se admiraron al ver el prodigio y bendijeron al Señor.

—Qué —preguntó Eva al verlos llegar— ¿se ha apagado el fuego?

—Sí; —contestó el esposo lleno de satisfacción—; un pedazo del manto ha bastado para realizar el milagro.

Un día se bajaron de sus camellos a la puerta del Carpintero de Nazaret, Ismael, el antiguo usurero, y Eva su esposa, que venían llenos de humildad a postrarse a los pies de José y María, y a hacerles varios regalos.

Estos creyeron que vendrían reclamando la deuda y se llenaron de tristeza porque aun no tenían el dinero reunido.

Al entrar en la casa donde José, María y el Niño Jesús estaban, se pusieron ambos de rodillas, y tomando la palabra Ismael, dijo:

—Venimos m¡esposa y yo a darte las gracias por los inmensos bienes que hemos recibido del cielo desde que me dejaste el manto en rehenes, y no nos levantaremos de aquí sin obtener tu consentimiento de quedarnos con él para que siga protegiendo m¡casa, m¡matrimonio, mis intereses y mis hijos.

—Levantaos —dijo José, tendiéndoles las manos para ayudarles.

—iOh, santo Profeta!— respondió Ismael—; permite hablar a tu siervo de rodillas y escucha estas palabras: Yo estaba enfermo de los ojos, y por medio de tu manto se han curado; era usurero, altivo, rencoroso y hombre sin entrañas, y me he convertido a Dios; m¡esposa estaba dominada por la ira, y ahora es un ángel de paz; me debían grandes cantidades y las he cobrado todas sin costarme trabajo alguno; estaba enferma la mejor de mis vacas, y ha sanado de repente; se incendió, en fin, la casa de m¡padre, y se apagó el fuego instantáneamente al arrojar en medio de las llamas un pedazo de tu manto

—¡Loado sea Dios por todo!—, dijo bajando los ojos el santo Carpintero—. Levantaos, que no está bien que estéis de rodillas delante de un hombre tan miserable como yo.

—Aun no he terminado —respondió Ismael—. Tú no eres un hombre como los demás, sino un Santo, un Profeta, un ángel en la tierra. Te traigo un manto nuevo, de los mejores que se tejen en Sidón; a María tu esposa, le traemos aceite y miel, y a Jesús, tu hijo, le regala m¡esposa un par de corderos blancos y un par de palomas más blancas que la nieve del Líbano. Aceptad estos pobres obsequios, disponed de m¡casa, de mis ganados de mis bosques, de mis riquezas, de todo lo que poseemos, y... ¡no me pidáis vuestro manto!

Quedáos con él, ¡en buena hora!— dijo el Santo Carpintero—; y gracias, muchas gracias, por vuestros ofrecimientos y regalos.

Y mientras se levantaban del suelo y acercaban los presentes, les dijo María:

—Sabed, buenos esposos, que Dios ha determinado bendecir todas aquellas familias que se pongan bajo el manto protector de m¡santo esposo. No os extrañen pues, los prodigios obrados; otros mayores veréis; amad a José, servidle, guardad el manto, divididlo entre vuestros hijos, y sea ésta la mejor herencia que les dejéis en el mundo.

Y es fama que los esposos guardaron fielmente los consejos de María y fueron siempre felices, lo mismo que sus hijos y los hijos de sus hijos.

F. R.

Noticias

De Villa Mercedes

Nuestros hermanos, los Padres Franciscanos que regentan en Villa Mercedes (Argentina) la Parroquia de San Roque, han comenzado a publicar un nuevo periódico quincenal, dirigido por el activo y tan ingenioso Padre Alventosa, ya muy conocido de nuestros lectores.

El objeto primordial de este nuevo periódico es el que sirva de órgano oficial de la construcción del proyectado templo de San Roque, donde se anotará sucesivamente el balance de ingresos y gastos de las obras y servirá de aliento para que todos aquellos buenos fieles de la parroquia se mantengan firmes en aportar su pequeño óbolo de diez centavos, interesante cuota de la oportunísima Asociación de los Diez Centavos. Le deseamos al nuevo periódico La Parroquia de San Roque felices años de vida y fructuosa actividad.

Ordenes sagradas

El día 26 de Marzo confirió órdenes sagradas en la iglesia del Seminario de esta ciudad, el Señor Obispo Auxiliar de la Diócesis. En ellas fue ordenado de Diácono el corista Fr. Rafael Reig Doménech, profesor del Colegio de Onteniente.

En Alemania fue ordenado de Subdiácono Fr. José María Trenzano y de Menores Fr. Vicente Montava, ambos coristas de esta Seráfica Provincia de Valencia.

A todos ellos felicitamos cordialmente.

Ecos de las misiones

Nuestro viaje Roma — Yen-an-fú (China)

El 28 de Agosto del año 1931 los Padres Severino González, Fabián Castellá y el hermano lego Fr. Ezequiel Gasulla, los tres valencianos, salimos del Colegio Internacional de San Antonio con dirección a estas lejanas tierras de China. Monseñor Ibáñez, Vicario Apostólico de Yen-an-fú, a la sazón en San Antonio, nos dio su paternal bendición, la que recibimos de rodillas. Cas¡todos los estudiantes nos acompañaron hasta la portería, en donde nos abrazamos fraternalmente y nos despedimos para vernos en el cielo. Montados en taxis nos dirigimos a la estación, siguiéndonos hasta ella el P. Rafael Fuster, Lector General en Sagrada Escritura, y Fr. Leandro Pastor, ambos pertenecientes también a la Provincia de Valencia.

A las 8 de la mañana abandonamos la Ciudad Eterna, después de haber permanecido en ella largo tiempo, y a las doce bajamos en Asís, donde permanecimos por espacio de día y medio. En este tiempo visitamos la Porciúncula, cuna de la Orden Seráfica, en donde San Francisco bendijo a sus frailes y les envió por todas partes a predicar el Santo Evangelio. Estuvimos también en el convento de San Francisco, donde se conservan sus restos, en el convento de las Cárceles, cuyo estado primitivo aun conserva, en San Damián, en la Iglesia de San Rufino (Catedral de Asís), en la Chiesa Nuova (Iglesia Nueva), levantada sobre los restos de la antigua casa de los padres del Seráfico Patriarca, y en el convento de Santa Clara, cuyo cuerpo guarda. Otros monumentos hay en Asís muy dignos de mención visitados por nosotros, pero como quiero ser breve he indicado tan sólo los que más me impresionaron.

El día 30 el P. Severino y yo tuvimos la dicha de celebrar la Santa Misa sobre la tumba de San Francisco. Después de la Misa nos quedamos por espacio de una hora ante su sepulcro, rogando por la conversión de los infieles y para que nos alcanzara la dicha de ser dignos hijos suyos, único medio como seremos buenos misioneros y aumentaremos la grey de Cristo. El 31 celebramos en la Porciúncula. En ella tenía nuestro Padre puesto su corazón y decía a sus hijos: "Este lugar es santo: todo cuanto pidiereis aquí con fervor os será concedido. No lo abandonéis jamás... S¡os echasen de él por una puerta volved a entrar por la otra. Que habiten siempre aquí los frailes más santos de m¡Orden". Es difícil entrar en la Porciúncula y no sentir una dulce y santa emoción. Entonces se comprenden las palabras del Seráfico Padre.

Terminada la Misa y dadas las gracias nos fuimos a la estación, y a las 7'30 ya partíamos para Florencia. Pasamos por el lago Trasimeno, donde San Francisco hizo una cuaresma a pan y agua retirado en una de sus islas. Al medio día ya estábamos en Florencia, y cuanto antes tomamos el tranvía que va a Quararchi
Nuestro viaje Roma — Yen-an-fú (China) para saludar a nuestro ex maestro belga el P. Zacarías Van den Maestiyne y a los PP. de Nuestra Prov. Seráfica de Valencia, León Amorós y Eugenio Silvestre, quienes se alegraron sobremanera al vernos. Nos mostraron todo el convento y admiramos la grande y magnífica imprenta que allí tienen.

El 31, de buena mañana, acompañados del P. Eugenio vimos la catedral de Florencia y nos gustó mucho su parte externa por sus abundantes y variados mármoles y por su grandiosidad. Visitamos el Museo de San Marcos, en donde se conserva una colección de cuadros muy hermosa del Bto. Angélico. Antes este Museo era convento de dominicos y las celdas de los religiosos todavía conservan su estado primitivo, teniendo cada una de las cuales, sobre la cabecera, alguna obra maestra de arte grabada sobre el muro.

A las once y cuarto de la mañana del 31 tomamos el tren para Génova. Fuimos hospedados en el convento de la Visitación, perteneciente a los franciscanos: está situado junto a la estación y al puerto.
Es difícil, o mejor dicho imposible, encontrar un punto desde donde se pueda abarcar todo el panorama de la ciudad de Génova, ya que se halla entre colinas. Un tal P. Antonio, cuyo apellido no recuerdo y que pasó algunos años en Bolivia, nos condujo a un sitio llamado Righi, que es el punto desde se divisa mejor la capital de la Liguria.

El 2 de Septiembre, apenas terminamos nuestra refección del mediodía, bajamos a la estación a recibir a los misioneros alemanes, quienes fueron compañeros nuestros en el viaje hasta más allá de Pekín. Sus nombres son: Padre Prósper Luber y Fr. Luciano Weichenhain. El primero estudió un año con nosotros en Roma y el segundo, aunque de profesión lego, es muy perito en la mecánica. Por la tarde de ese mismo día visitamos de corrida el cementerio de Génova, que es el primero, o de los primeros del mundo por el derroche de arte que contiene. De allí pasamos al puerto para enterarnos s¡había llegado ya nuestra nave, y en efecto, la encontramos, lo que nos causó grandísimo placer. Mucho tuvimos que correr para hallarla, pero esto fue ocasión para que viéramos barcos de gran tonelaje, como el Augustus, de 32.000 toneladas, y el Rex, de 40.000, entonces cas¡terminado.

(Continuará)

Fr. Fabián Castellá, ofm

Yen-an-fú, Enero de 1932.


Episodios del negrito Marabá

II. La madriguera de los áspides

La consternación del pueblo de los Nagos por la desaparición de las víctimas era inenarrable.

Todos auguraban terribles desgracias por la ira que este acontecimiento provocaría en el fetiche de las lagunas. Era preciso calmar la indignación de los ídolos. Se consultaron los fetiches, los sacerdotes y sacerdotisas de Osa entonaron cantos lúgubres alrededor de su altar; todo el pueblo permaneció enmudecido hasta conocer la voluntad del dios ofendido. Terminados los cantos fue consultado el fetiche, que dio esta respuesta por el jefe de los fetichistas: "La ira de Osa es grande, ¡oh, Príncipe!; recorran vuestros caballos hasta los límites del bosque que rodea la laguna, y s¡Djerua y Marabá no son hallados cuando la luna llega en la alta noche al zenit de su carrera, sean apresados todos los que a esa hora andan libres para ser sacrificados mañana en la laguna."

El pueblo prorrumpió en lamentos y gritos al saber la voluntad del fetiche; los soldados del príncipe montaran a caballo para recorrer y rodear los extremos del bosque, mientras otros ojeaban por la maleza y fragosidad de la selva para encontrar a las víctimas. Sin embargo todo fue inútil; las víctimas no fueron halladas, n¡se vio rastro de ellas, por mucho que olfatearon y registraron con detención los fetichistas las pisadas alrededor del cesto de las víctimas no pudieron seguir el rastro de sus huellas, no pudieron dejar señal en aquel lecho de musgo y de césped sobre que descansaba el cesto, pues todo estaba machucado por la multitud.

La noche llegó sombreando la tierra y también los corazones de aquellos negros, que inútil es decir que trataron de ponerse a salvo escondidos en sus chozas para no ser sorprendidos y cogidos como víctimas para el nuevo sacrificio.

La luna llegó a lo alto de su carrera, y el trotar de los caballos comenzó a oírse en dirección del poblado para esconderse también sus jinetes en sus chozas y no caer en el lazo, puesto que ellos no habían alcanzado a las víctimas y era imprescindible comenzar la caza de otros infelices que habían de sustituirlas.

El sonido del gongon dio a conocer a todos que la requisa iba a comenzarse, y con buen acuerdo, el que más y el que menos, todos atrancaban su choza, porque las víctimas habían de proveerse, y s¡no las hallaban por fuera las buscarían por dentro.

¿Pero qué se hicieron Djerua y el negrito Marabá? Vamos a buscarlos también.

Como dijimos, los movimientos espasmódicos del cadáver de la esclava puesto en la piragua, y la caída del saco de cauríes, impresionó tanto a los nagos que corrieron todos en dirección de la piragua. La cesta de las víctimas quedó sola, y por un instinto de salvación Djerua comenzó a roer con sus dientes la cuerda que los ataba, y con un supremo esfuerzo quedaron rotas.

Miró con detención, y al ver la facilidad de evadirse, tomó en brazos a Marabá y se ocultó en la selva; era cosa fácil, pues la cesta estaba junto a los primeros árboles e inmediatamente comenzaba la espesura del bosque.

Vio a lo lejos un frondoso baobad y pensó que en él tal vez podrían refugiarse. Aderezó su fuga hacia el árbol corpulento, hundiéndose en la maleza, cuyos espinos y zarzales la ensangrentaron mil veces. ¿Pero qué importa? Lo primero era escapar de la muerte y salvar a aquel bebé que era su gloria.

Cuando llegó Djerua a los pies del baobad, ya en la laguna comenzaron a oírse los gritos de espanto que causó su evasión. Pero un grito de gozo brotó del pecho de la princesa Djerua; había encontrado un refugio seguro.

Era aquel árbol un baobad Adausonia, llamado también pino de monos o calabacero, coloso de los bosques, de los que hay de gran altura y cuyo tronco llega a tener más de cien pies de circunferencia. Los hay que en el tronco hueco de su base pueden albergar un rebaño entero.

Boabad

Casa construida en el tronco de un boabad

El baobad que encontró Djerua era de los más grandes del bosque; su tronco mostraba un grande hueco en la base, pero más arriba había otro hueco apenas visible, porque lo cubría el espeso ramaje de una liana.

La princesa lo vio y le pareció fácil la subida por el tronco de la liana, y por eso dio aquel grito de alegría.
Mandó a Marabá que se cogiera bien fuerte a su cuello y comenzó ella a trepar por el ramaje de la liana hasta llegar al hueco.

Era éste tan espacioso que podían en él hasta tenderse para dormir. Se instalaron allí, pero tuvo muy buen cuidado Djerua de recubrir bien la boca del hueco con las hojas de la liana, de modo que no pudiera percibirse desde bajo. ¿Quién los iba a encontrar así?

Bien pronto oyeron el rumor de los que se acercaban ojeando la maleza y los árboles para encontrar a las víctimas; llegaron hasta el pie del boabad, y al ver el hueco de la base del tronco, se convocaron, creídos de que los iban a encontrar allí. Entraron, mas un grito de horror les hizo escapar volando, dando aullidos de espanto.

¿Qué había ocurrido? Pues, nada, que aquel hueco era una madriguera de víboras. A la entrada, dos terribles áspides estaban enroscados, y al ver a los intrusos se enderezaron rápidamente, manteniendo su cuerpo tieso, dando fatídicos silbidos, dilataban su cuello y arrojaban a los agresores su líquido venenoso. El espanto de los negros les hizo huir sin tino por el bosque, sin ánimos de volver a acercarse al baobad.

Salieron también los áspides y las víboras en espera del enemigo, y entonces vio con horror Djerua que se había aposentado sobre la madriguera de la terrible naya, del áspid de Egipto tan temido de los negros.

Con seguridad, no volverían los negros a buscarla; pero era muy poco halagüeña la vecindad de tan terribles alimañas.

Fr. Manuel Balaguer, ofm

(Continuará.)