San JoséSan José

Como el Patriarca José guardó el trigo en Egipto para en el tiempo de necesidad socorrer a su pueblo, San José guardó el verdadero pan del cielo, Jesucristo, no sólo para socorrer la necesidad de su pueblo, sino la del mundo entero. La Cristiandad, agradecida, le rinde perenne culto, al cual corresponde el Santo Patriarca con inefables favores del cielo.

Victoria

1 de abril de 1939. Cinco primaveras han transcurrido desde que las armas en mudecieron en nuestro suelo patrio y empezaron a sonar las herramientas del trabajo y de la paz. Diríase que es un milagro: milagro por la restauración tan prontamente lograda; milagro por las circunstancias tan adversas que la acompañaron. Al fin del primer lustro de la paz de Franco todo español debe levantar los ojos al cielo y pedir al Señor de las Victorias que, así como mantuvo firme el brazo de nuestro Caudillo en los años de la lucha por la victoria y por la paz de la nación, continúe manteniéndole en la lucha, no menos difícil, por la paz de las naciones.

TE DEUM
en el día de la victoria

De nuevo el alma mía
tu bondad y poder, ¡oh mi Dios!, canta,
repleta de alegría,
de paz y dicha tanta,
que la voz no me cabe vn la garganta.

Por ellas, con premura,
mi débil corazón salir intenta,
sintiendo la estrechura
del pecho en que se asienta
y do un mau de ternura experimenta.

La flor de los mortales
tronchado ha el burarin embravecido;
un piar de fieros viales la España roja ha sido,
y en él lo más selecto ha perecido.

Palacios suntuosos,
catedrales, iglesias, conventos,
lienzos ricos y hermosos, del arte monumentos,
hechos polvo volaron por los vientos.

Almas santas y puras,
religiosos y monjas ejemplares,
Obispos varios, curas, clérigos y seglares,
odio fiero inmolar hizo a millares.

Ni al sabio, ni al artista
perdonó, ni a la flor de la nobleza,
y aun en son de conquista
destruyó la riqueza,
sembrando por doquier llanto y pobreza.

¿No soy yo vil gusano
el más torpe e inútil de este suelo?
Cómo es, pues, que tu mano
sostiéneme y mi anhelo
cúnplese al ver tu triunfo, Rey del Cielo?

¡Y qué triunfo, Dios Santo!
Por doquier flotar veo tus banderas;
cesó el dolor y el llanto,
y en horas placenteras
Tú vences, y Tú reinas, y Tú imperas.

Por Rey y Señor suyo
te aclaman y bendicen las naciones;
el mundo es todo tuyo,
pues con tu amor y dones
cautivas, ¡oh Jesús!, los corazones.

El mío, bien lo sabes,
siempre tuyo, mi Dios y Rey, ha sido;
muy justo es que te alabes
de yerme a Ti rendido
por haberme de nuevo redimido.

También mi sangre ahora
debió, cual la de tantos, derramarse;
tu imagen redentora
por mí quiso inmolarse
otra vez y en el fuego aniquilarse.

Al pueblo de la Fuente,
donde vi, mi Jesús, la luz primera,
guardado has tiernamente
porque esa imagen era
su esperanza, su amor y su bandera.

Con mi pueblo, pues, te amo,
y tu amor y piedad con él imploro;
por Rey con él te aclamo;
con él, mi Dios, te adoro,
y con él me complazco en formar coro.

A Ti, pues, alabamos,
¡oh Dios Padre, a Ti honor, virtud;
y gloria! A tu Ilijo así loamos,
y al Amor que de escoria
nos limpió para darnos tal victoria.

Fr. Luis Ángel, ofm

Fuente-Encarroz, 31 de marzo de 1939.

[Nota biográfica del P. Luis Ángel]

La muerte del Redentor

Tierra y cielo se quejaban;
el sol, triste, se escondía;
la mar, sañosa, bramando,
sus ondas turbias volvía,
cuando el Redentor del mundo
en la cruz presto moría.

Palabras dignas de lloro
son orquestas que decía:
«Yo, Señor, en tus manos
encomiendo el alma mía.»
¡Oh mancilla inestimable!
¡Oh dolor sin compañía,
que el Criador no criado,
criatura se hacía
por salvar aquellos mismos
de quien muerte recibía!

¡Oh Madre excelente suya,
Sagrada Virgen María!
Vos sola, desconsolada,
estabais sin alegría.