Visión franciscana misionera del Japón y China

Al ojo avizor del P. Schunsenberg, que en los 18 años que ejerce su oficio de Delegado General en el extremo Oriente, ha dado pruebas de ver lejos y ver mucho, no podía pasarle por alto la catástrofe que se aproximaba para las Misiones de China. Por eso con tiempo buscó un desahogo al celo misionero de los nuestros, especialmente para que no se malograran las vocaciones juveniles.

Con este fin a principios de 1951 marchó a Roma a exponer sus planes y recabar el debido permiso de los Superiores Mayores; luego pasó a Norteamérica para recoger los fondos necesarios y a principios de verano se encontraba en Japón —previamente explorado por él— para comenzar resueltamente la realización de sus proyectos amplificando y robusteciendo las Misiones franciscanas allí existentes y abriendo nuevos centros de apostolado.

Recientemente dicho P. Delegado ha permanecido aquí unos días de paso para Australia y Nueva Guinea. Como eran muchos los que solicitaban una entrevista con él, pedí yo también una audiencia que me fue concedida por el espacio de media hora, tiempo que yo aproveché para dirigirle algunas preguntas.

—¿Retorna satisfecho de su vuelta al mundo?

—Muy satisfecho, gracias a Dios; no podía esperarse mejor. La Providencia había preparado el terreno y lo dispuso todo favorablemente en Roma, en América y ahora en Japón.

—¿Cuál es la situación actual de las Misiones Franciscanas en esta última nación?

—Hasta hace poco teníamos tres Misiones confiadas respectivamente en las provincias de Fulda, Silesia y Canadá, con un conjunto de 60 religiosos; hoy éstos se han duplicado y se ha fundado otra nueva con carácter internacional que sea plantel donde se preparen los que luego han de fundar los diversos centros misioneros que los Obispos ofrecen y solicitan, y que a la vez constituya la base para la creación de alguna Provincia franciscana indígena.

Para lo primero hemos abierto en Souyo una escuela de lengua japonesa con profesorado propio al estilo de la célebre que teníamos en Pekín para el chino. Aunque hecha para nuestros misioneros noveles que vienen del extranjero, se admiten también
estudiantes de otros Institutos como se hacía en Pekín, tanto más cuanto que no existe otra semejante.

Para preparar la futura Provincia japonesa funciona ya un Colegio Preparatorio (especie de Seraficado) donde los jóvenes que sienten vocación, aprobada ya la Escuela Media (requisito indispensable para todo oficio público en Japón), durante tres años se dedican al estudio del latín y alguna otra materia complementaria. Asimismo existe un buen Noviciado dirigido por los Canadienses, bien formados en el espíritu franciscano, óptimos conocedores del carácter e índole nipona y ya experimentados educadores.
Para la educación científico-eclesiástica de los profesos, no bastando el pequeño coristado actual para el gran número de vocaciones que hay envista, estamos en tentativas para fundar otro más capaz. Tenemos ya un buen grupo de profesores laureados en diversas materias eclesiásticas, los cuales, ahora mientras aprenden la lengua japonesa, ejercitan su respectivo magisterio con los Conventuales que carecen de personal docente para sus coristas.

Por hoy son sólo unos 20 los franciscanos japoneses pero hay muchos que solicitan vestir nuestro santo hábito: no en balde esta tierra fue regada tan generosamente con la sangre franciscana de San Pedro Bautista y sus 22 compañeros, y con la del Beato Apolinar y sus 44 socios en el mar Tirio. Buena prueba de la simpatía que en todas partes suscitan los hijos del Seráfico Padre la dan los Conventuales con su centenar cas¡de coristas indígenas y las solicitudes que nos llegan de los obispos pidiendo nos establezcamos en sus respectivas Diócesis. Además, el mismo Delegado Apostólico nos demuestra una grande estima deseando vengan muchos franciscanos extranjeros, encargándonos de organizar una escuela de lengua japonesa para las religiosas extranjeras semejante a la ya fundada para los misioneros y sobre todo dándonos la honorífica misión de hacer la primera versión japonesa de la Biblia, así como estamos haciendo con la china.

Esto último no podemos conseguirlo en seguida: hay que preparar convenientemente el personal que debe entender en aquel asunto tan delicado. Además, nuestro P. Tito Ziegler, muy perito en la lengua nipona, que ha de dirigir aquella obra, está hoy ocupado en terminar la versión japonesa de Buchberger, Lexicón für Theologie und Kirche, editada por la Universidad Sophia de los Jesuitas...

—Hablaba usted de futuras Misiones Franciscanas en Japón. ¿Me podría decir cómo van a ser organizadas?

—Los Obispos nos asignan algún centro como parroquia- y de él se hace cargo la Provincia Franciscana que lo solicita, para desde allí extender el Cristianismo por toda la zona de su demarcación. En lo jurisdiccional aquella nueva Misión queda bajo la omnímoda dependencia del Obispo diocesano, pero en lo económico es plenamente autónoma. La Congregación de Propaganda entrega directamente al Superior de la Misión un subsidio anual por cada misionero en servicio activo, subsidio que sirve para la manutención del mismo con algún margen para las necesidades de la propagación. Con esta base y lo que la Provincia Seráfica ya recogiendo "intuitu misionis" de los bienhechores se mantienen los catequistas, se abren escuelas, dispensarios, asilos y otras obras de propaganda y se erigen nuevas iglesias sufragáneas que con el tiempo pueden constituirse en otros tantos centros de apostolado.

De estas futuras Misiones hay ya dos en vías de erección: una para Cantabria y otra para Nueva York. Además, hay en vista otras para los italianos, belgas y holandeses respectivamente.

—¿Cuáles son las esperanzas que el Japón ofrece al Cristianismo?

—No pueden ser más lisonjeras. S¡desde un avión se fueran sembrando misioneros a través de su territorio, al año siguiente, rehaciendo aquel mismo itinerario, se encontrarían otros tantos campos ubérrimos de vida cristiana. En Japón el sacerdote no necesita ir en busca de paganos que convertir; son éstos mismos los que se presentan, asaltan y persiguen al sacerdote donde lo encuentran, ansiosos de recoger de sus labios la doctrina de la verdad. Y ya no son sólo individuos aislados, sino familias y hasta enteros pagos los que solicitan hacerse cristianos; no se trata únicamente de gente sencilla e ignorante, sino también de hombres instruidos, personas doctas y hasta profesores de Universidad que desean la instrucción religiosa. Estos, como es natural, requieren una exposición más elevada y presentan sus dudas o dificultades al misionero, quien para resolverlas tiene que refrescar y revivir los conocimientos adquiridos en su carrera y ponerse al corriente de los problemas modernos.

En este sentido es verdaderamente consolador observar cómo entre los convertidos por los Protestantes, que también trabajan mucho y consiguen no pocos prosélitos, una tercera parte pasa a los Católicos porque en su doctrina encuentran respuesta adecuada a las preguntas o dudas que la secta les dejaba sin solución satisfactoria.

Es la hora de la Providencia y la hora del Japón. ¡El terreno está preparado; sólo faltan sembradores que arrojen la semilla!

Y como iba a terminar m¡turno le añadí:

—Padre: una sola pregunta aún. ¿Qué papel juegan los Franciscanos en la actual contienda que se libra en China?

—Me limitará a repetir las impresiones que recogí de labios del expulsado Internuncio Mons. Riber¡en la reciente visita que le hice en Hong-kong. Su Excelencia, cas¡llorando, decía que daba gracias a Dios de que los Franciscanos tuvieran en China tantas Diócesis (27) y tantos misioneros (720). Ellos han permanecido en sus puestos hasta última hora y al tener que abandonarlos han dejado en todas sus Misiones un buen número de sacerdotes indígenas formados por ellos y herederos de su celo apostólico.

Personalmente, además, Su Excelencia agradecía a la Orden Franciscana la cooperación sincera, desinteresada y ferviente que siempre había prestado a todas sus iniciativas, especialmente a su predilecta "Legión de María". Siempre y en todas partes las dirigidas por los hijos del Seráfico Padre figuraban entre las más florecientes, y esto —notaba el Internuncio— no obstante tener su T .O. como cosa de familia. Por tal motivo no es de extrañar que en la tiranía que los rojos tienen a aquella pacífica institución mariana, los Franciscanos se hayan granjeado el honor de contar el mayor número de víctimas con sus 60 encarcelados, entre los cuales 7 Obispos, sin contar los ya expulsados, recluidos o deportados.

Para todos ellos y para otro franciscano encerrado en Nanking por haber fotografiado, y así salvado, toda la documentación de la Internunclatura, Su Excelencia tenía un recuerdo de admiración y gratitud, una bendición y una plegaria a la Santísima Virgen.

Un golpecito de llamada a la puerta de la habitación me avisaba de que había pasado ya m¡tiempo y otro interlocutor esperaba ocupar m¡puesto.

Agradecí al P. Delegado aquellas informaciones y me despedí de él deseándole un feliz viaje.

Al salir de allí rumiando todas aquellas impresiones y ver cómo Japón abre sus puertas y acepta con amor a los misioneros que la China comunista arroja ignominiosamente, espontáneamente me vinieron a la memoria los hechos semejantes en la Historia de la Iglesia y las palabras con que Tobías cuidaba de consolar a sus compañeros de cautiverio: Por eso Dios os dispersó entre gentes que lo ignoran para que les contéis sus maravillas.

Fr. Gonzalo Valls, ofm

Predica el Santo

Valor del tiempo

Amadísimos lectores: Comenzamos un año nuevo, y sería muy lamentable que, al rendir cuenta de su empleo al dador de todo bien, nos fuera computado como cero o, lo que sería mucho peor, como sumando negativo en el libro de la vida.

Dios nos concede el tiempo para que, hora tras hora, nos vayamos construyendo el trono de gloria que habremos de ocupar allá en la eternidad. En la vida futura no disfrutaremos más felicidad n¡padeceremos más pena que aquella que nos hayamos granjeado aquí con nuestras buenas o malas obras, respectivamente.

Sólo mientras vivimos acá abajo podemos trabajar en la obra de nuestra santificación; sólo mientras caminamos por este valle de lágrimas podemos practicar el bien; sólo en el tiempo podemos merecer para la eternidad. Por esto dijo Jesucristo; "Conviene que Yo haga las obras de Aquel que me ha enviado mientras dura el día; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar". (Jn 9, 4). Cuando el hombre llega a las puertas del sepulcro, ya no le quedan más días para hacer penitencia por sus pecados. "S¡el árbol cae al sur o al norte, así permanece sobre el lugar en que ha caído". (Eccl 11, 4).

En un instante se puede hacer un acto de amor de Dios, que puede abrir las puertas del cielo al pecador. En un momento se puede consumar un crimen que colme al alma de remordimientos para siempre. Ya que, como dijo San Bernardo; "Pecar es cosa de un momento. Haber pecado es cosa que dura para siempre".

Según esto, el tiempo es uno de los mayores beneficios que Dios nos hace a los hombres. Porque, pudiendo ganar con él eterna recompensa o castigos de inacabable desesperación, encierra posibilidades infinitas y, por consiguiente, tiene valor infinito. Es un gran tesoro que pasa, pero del cual podemos reservarnos lo que queramos para la eternidad.

S¡un rico llamase a un infeliz mendigo y le dijera que entrase a sus tesoros y que le regalarla todo el dinero que alcanzase a contar en una hora, ¿no es verdad que el pobre no perdería n¡un segundo, n¡descansaría en su tarea, para lograr de esa manera solventar en adelante toda su vida? Pues bien, Nuestra Señor nos concede esta vida para que atesoremos, en el breve plazo de tiempo que ella encierra, riquezas para la vida futura, que es eterna. ¿Cabe perder o malgastar segundo?

Matar el tiempo, es una frase necia que sólo puede decir el que no comprende las grandes posibilidades que tiene.

No perderlo es una preciosa virtud, que encierra bienes incontables para la vida presente y para la futura.

Imitemos al mendigo del ejemplo. En este año no descansemos en la tarea de nuestra santificación. Suene siempre en nuestros oídos aquella sentencia del divino Maestro: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Que no pase un solo día sin luchar contra la pasión dominante, sin un nuevo impulso hacia el bien, sin un aumento de la gracia divina.

Emplear así todas las horas y todos los días del año es amontonar gloria, alegría y tesoros indecibles para ese reino donde el ladrón nada puede y donde todo es eterno; es trabajar en la edificación del castillo de nuestra propia y eterna felicidad.

Fr. Antonio de Padua